Al Final del Ocaso
son tu aposento
y con un caminar lento,
esperas prontamente
el final de tu tiempo.
Hilos plateados
como manto
cubren tu cabeza.
Hilos que nacieron
hace mucho tiempo,
tu cuerpo cansado
con el paso del tiempo
luce encorvado.
Tu mirada agachada
y tu mirada perdida
hacia el lugar
donde un día fuiste sacado.
Porque polvo eres y polvo volverás.
Porque para hoy no hay nada,
sólo recuerdos de una vida pasada,
cuando tu imagen
adornaba el centro de un hogar,
de una familia, ahora llanto
es tu imagen en el viento
sin música, sin amor,
sin calor que te acompañe,
acompañado únicamente
de tu sombra enlutada.
Viviendo muy pobremente
de la misericordia de otros.
Misericordia que es un dinosaurio,
no por su tamaño
sino porque ya se ha extinguido,
misericordia que tiene olor
a fósil disecado.
Porque ahora
será esculpida tu imagen
para perpetuar tu angustia,
porque viendo no vemos,
cada día son más
que cada día vemos menos,
delante de estas figuras olvidadas
insensiblemente pasamos
sin practicar
lo que tanto hablamos.
Y que con el paso del tiempo,
el mismo tiempo
los ha olvidado.
Te acercas a ellos
y huelen a tristeza
a lágrimas e insomnio.
Y al terminar el día
hambrientos, sedientos
y temblando de frío,
su cuerpo débil
sobre una banqueta húmeda
se ha recostado
y atrapado en el frío,
el llanto, la tristeza,
la soledad y la angustia,
sus ojos para siempre
se han cerrado
y ninguna lágrima
se ha derramado
en tu sepulcro, ninguna flor
se ha colocado
porque al final del ocaso
de ti nadie
se ha recordado.
Autor: Dr. Juan de Dios Aceituno Véliz.